De los primitivos bosques no quedan más que algunas encinas poco
desarrolladas y enebros de pequeño tamaño
En la Edad Media los bosques debían ocupar grandes extensiones en las laderas de la Sierra de Guadarrama. En el siglo XIV, Alfonso XI cita, en el libro de la Montería, los alcornocales de Collado Mediano, de los cuales hoy no quedan más que algunos árboles aislados. En el siglo XVIII, el rey Felipe V da autorización al concejo de Collado Villalba para que "corte y entresaque, de su bosque propio, hasta treinta mil arrobas de carbón, sin arrancar ni cortar árbol alguno por el pie". Esto da idea de la extensión y cantidad de estos bosques. Durante ese siglo y el siguiente los bosques de la zona son transformados y sustituidos sin cesar por pastos y tierras de labor.
El abastecimiento de leña a Madrid fue una de las principales causas de la desaparición de los bosques en el norte de la provincia, de lo cual se libraron El Pardo y la Casa de Campo por ser propiedades reales.
El Cerro del Castillo, telón de fondo del pueblo, no escapó a ese proceso. Hace algunos siglos probablemente ofrecía una imagen dominada por el bosque, en el que debían abundar quejigos y robles en la ladera norte y encinas y enebros en la sur.
Las vigas de las casas viejas del pueblo son de enebros, lo que prueba la abundancia de estos árboles en el siglo XVIII y el XIX, y su gran tamaño a pesar de su lento crecimiento. Sin embargo, los testimonios de comienzos de siglo XX nos dicen que el Cerro estaba ya completamente pelado. Los cultivos cubrían las faldas de las laderas, los numerosos rebaños pastaban habitualmente por él, y la gente recogía las matas casi antes de que hubieran asomado de la tierra. Esa situación se prolongó hasta después de la guerra civil.
De los primitivos bosques no quedan más que algunas encinas poco desarrolladas y algunos enebros de pequeño tamaño, por ser las especies más resistentes a las condiciones actuales de sequía y erosión. El enebro se recupera mal porque crece muy despacio y no suele sobrevivir a los incendios, dado el carácter resinoso de su madera.
La repoblación del Cerro del Castillo
El cerro es propiedad del municipio, pero está bajo régimen de Consorcio con la Comunidad de Madrid. Fue la entonces Diputación de Madrid quién, en 1940, realizó la repoblación de los actuales pinares: Se plantaron dos especies de pinos: el negral o resinero, y el silvestre, de Valsain o albar.
El pino negral se ha plantado en las partes bajas y en la solana, es decir, en las zonas más secas. Este tipo de pino se explotó en muchas zonas de España para obtener resina (miera). Explotación que hoy está en decadencia. Sus hojas (acículas) son largas y de color verde franco. Las piñas son grandes con piñones pequeños y la corteza es de color gris, profundamente agrietada.
Por su parte el pino silvestre está plantado en las umbrías y en partes altas del cerro, debido a que es más exigente en humedad que el otro. En Valsain y en La Fuenfría hay magníficos ejemplares que responden a condiciones más apropiadas que las que existen en el Cerro del Castillo. Se distingue del negral por sus acículas cortas de color verde azulado. La corteza es sonrosada en la parte superior del tronco y las piñas son de pequeño tamaño.
La cubierta herbácea como protector del suelo
Las hierbas perennes (que permanecen todo el año), forman una cubierta entretejida con la tierra que protege el suelo de la erosión. Entre ellas las más importantes en el cerro son:
- Poa bulbosa que se mantiene en forma de bulbillo durante los meses cálidos. El fino césped que forman sus hojas en la época fresca se llama a veces "pelo de ratón". Al empezar el calor, hacia mayo, se vuelve amarillenta.
- Koeleria necesita más humedad que la anterior, por lo que sólo aparece en las umbrías y partes altas del cerro. Coloniza muy pronto las zonas erosionadas, contribuyendo a retener la tierra y a construir los suelos. Sus tallos espigados son mucho más altos que los de la Poa.
- Agrostis castellana necesita suelos fértiles y húmedos. No crece en las zonas rocosas. En regiones más secas se refugia en los fondos de los valles, buscando la humedad.
Las gramíneas anuales tienen menos interés que las perennes para proteger el suelo, porque no forman un tapiz permanente, y sus espigas son un inconveniente para el ganado.
- La Vulpia es típica de zonas secas del pasto, de los cerrillos y sitios donde el granito está cerca de la superficie o llega a aflorar, es decir, en suelos que almacenan poca agua. Es una de las hierbas de espiguilla poco apreciada por los ganaderos y de las hierbas anuales más frecuentes del Cerro del Castillo. Crece durante la época fresca y húmeda del año, madura en primavera y soporta la estación seca en forma de semilla.
- El "bromo de los techos" presenta características similares a la anterior. En verano el césped está amarillo, y de estas plantas sólo se encuentran las pajas secas de sus hojas, las espiguillas que se pegan a la ropa, y las semillas.
La recuperación del bosque natural en el Cerro del Castillo
El matorral en nuestra región indica siempre la ausencia de un bosque que existió en otros tiempos. Bajo el bosque espeso de encinas, quejigos o robles, no pueden crecer plantas que necesitan mucha luz, como las jaras. Estas sólo crecerían en los claros producidos por la caída de grandes árboles, deslizamientos de tierras, incendios, etc.
Antes, la eliminación del árbol, y después, el abandono de pastos y labrados, ha permitido la expansión del matorral que vemos hoy. Hace años, el matorral era mantenido a raya por las cabras y las cortas de leña. En 1920 se enviaban grandes cantidades de leña fina (jaras y escobas), para los hornos de pan de Madrid.
En el Cerro del Castillo se dan dos tipos de jara: La pegajosa y la de hoja de laurel. La primera tiene hojas estrechas, alargadas y cubiertas de una resina olorosa. Se extiende por la solana y partes bajas donde el suelo tiene menor humedad. La jara de hoja de laurel tiene la hoja ondulada y más ancha. Crece en la umbría y zonas altas.
Al desaparecer la ganadería y los buscadores de leña, aumenta la masa de matorrales y de plantas herbáceas altas como el berceo. La evolución de la masa vegetal, si se dejase tiempo suficiente sin alterar, se dirigiría a la reconstrucción del bosque natural. Pero en el estado actual de abandono y crecimiento espontáneo, los incendios prenden con facilidad, especialmente en los vegetales resinosos, lo que supone un paso atrás en esa evolución. La encina a menudo es capaz de recuperarse tras los incendios. Por el contrario, el enebro enano que se encuentra en las zonas rocosas, sucumbe casi siempre.
Otros matorrales frecuentes
Tanto en el cerro, como en otros sitios del término municipal, en aquellas zonas que contienen algo de humedad, aparecen las características zarzas. La masa de sus tallos, desprovistos de hojas en invierno, forma barreras impenetrables, que tienen mucho interés como refugio de animales y como lugar de anidamiento de pájaros insectívoros. Sus frutos, las conocidas zarzamoras, son de sabor agradable en otoño cuando maduran. Además son alimento de varias aves, como por ejemplo los zorzales.
Cuando los prados se abandonan son rápidamente invadidos por matas tales como el cantueso, la escoba negra o el rosal silvestre, además de las zarzas y las jaras.
En el cerro existe una de las diferentes especies de rosales silvestres. Al igual que las zarzas, es refugio frecuente de muchos animales. Las flores son fuente de polen para numerosos insectos que las visitan. Los frutos son de color rojo vivo para llamar la atención de animales que propagan sus semillas. Estos frutos contienen gran cantidad de vitamina C, taninos y otras sustancias medicinales de propiedades diuréticas y antidiarreicas. En algunos sitios son usados para hacer mermelada, después de quitar las pipas y pelillos que tienen en su interior. Una vez limpios, cuando están bien maduros, también pueden comerse frescos.